CAPÍTULO 1 (parte)
Le parecía
absurdo, de nuevo despertó más fiera que nunca. Había intentado contenerse pero
no podía dejar de pensar en él; en el vecino detrás de la ventana. Hacía un mes
que se mudó en el departamento de al lado y cada vez que Danielle se asomaba a la
cocina, se encontraba con aquella figura.
La primera vez que se encontraron fue cuando regresaba del mercado, lo que experimentó al ver ese hombre la dejó sedienta
y pálida, no sólo porque los ojos le saltaron como máquinas de la fortuna al
chocar cuerpo con cuerpo en la calle cuando se disponía a subir las compras que
llevaba en las manos, sino porque pensó que ese tipo de hombre fornido, de
espalda ancha y caderas estrechas, pelo largo y mirada salvaje sólo existían en
las revistas de Vanidades o en las
telenovelas. “¿En serio? “ Se dijo mientras mojaba sus labios reduciendo el
paso en cámara lenta, mientras él levantaba una de muchas cajas clasificadas
provenientes de un camión gigante de mudanzas. Sí, eso fue lo que se imaginó;
el “salvaje” se estaba mudando al edificio de al lado y ella tenía que saber en
qué departamento específicamente. No porque fuera a visitarle, sino por mera
curiosidad. Tan ensimismada estaba dentro de sus pensamientos, que fue
sorprendida por una caja pequeña que decía “frágil” dando unos traspiés en un
lapso de un segundo y medio mientras él, que estaba de espaldas instintivamente
extendió su brazo musculoso y fibroso
para rescatarla de caer en el pavimento. Tras varios “¡ay! “, recuperó el
aliento exhalando más de lo normal. -Su torpeza provocó risas en el chófer- el
hombre la apretó instintivamente hacia su torso desnudo.
“Perdóname, he tenido la culpa” –Dijo él con voz suave
al oído. A ella le dio un escalofrío. El chófer del camión lanzó una carcajada
incontrolable, pero el hombre lo fulminó con la mirada.
—Perdona, es que no me fijé por dónde iba. –Dijo ella
con voz ronca despejando su rostro de todas aquellas hebras color oro pegadas a
sus mejillas.
—Mi nombre es Joseph Jenner. –Estrechó su mano y ella
sin pestañear siguió el calor y la aspereza de aquella palma sin duda muy
masculina y salvaje. Él esperó su respuesta, pero ella estaba aturdida nadando
entre ese pelo castaño que ondeaba por la brisa de abril en aquel rostro
cuadrado de pómulos prominentes.
— ¿No tienes nombre preciosa? –Sonrió de medio lado
levantando un poco la mejilla.
—Ehh… Lo siento, soy Danielle Hampshire. Vivo en el
edificio de al lado. – La última palabra la dijo mirando a todos lados menos a
los ojos verdes expectantes que tenía al frente. Sentía el corazón bombear más
sangre que de costumbre por encima de sus pechos de buen tamaño, su cuerpo no
era tan delgado, unas pocas libras demás que estaba dispuesta a bajar con sus
clases de zumba. Tenía el rostro angelical, inocente y bondadoso, pero su
mirada detrás esos ojos azules, era sexy. Al menos eso pensó Joseph cuando la
vio por primera vez.
—Mucho gusto Danielle, seremos vecinos. Y qué bueno
porque como soy nuevo, necesitaré algunas referencias sobre el lugar. –Su mano
señalaba la cuadra contigua, pero a Danielle le temblaban las rodillas sin
poder recuperarse de aquel shock. “Eres pura testosterona” –pensó- suspiró escuchando
su voz ronca a lo lejos de su hipnotizado sistema auditivo. Cuando regresó a la
realidad, Joseph esperaba su interacción. Tuvo dudas sobre su respuesta.
—Claro, cualquier día…. “Soy una idiota, sé que no puedo
andar por ahí con el salvaje sabiendo que tengo una historia que puede
complicarse” ..Nos vemos otro día. –Se despidió con desgano y respiró
profundamente para regresar al infierno de su vida.
Danielle:
“La alarma
me sacó de mi delicioso letargo recordandome que esos ronquidos de Larry -Mi
esposo- ya no tenían un ápice de sexy. Llega tarde de la noche y se acuesta sin
más, sin voltear el rostro hacia mí ni besarme. Se ha convertido en un témpano
de hielo, en la punta del iceberg a donde ninguna mujer quiere llegar. ¿Acaso se
le borró la memoria y se olvida que necesito de sus caricias? Que no todo es :“Danielle
hay que pagar el teléfono” “Danielle ¿dónde está la cena?” Suspiré enojada con
él, con esta vida amargada que me ofrece después de 15 años juntos. Apreté los
labios comprimiendo un poco el enojo y la tristeza. Suspiré antes de
despertarle como siempre “Larry, ya es hora”. Su cuerpo rodó un poco
despabilándose mientras yo corría al baño.
Salí envuelta en
una toalla calzándome unos calipsos color rosa, sentí su brazo rozarme cuando
se dirigía al baño mientras yo fui directo a la habitación de Ashton, nuestro
hijo de 8 años.
— Buen día cariño, le susurré mientras besaba su frente.
Qué satisfacción profunda sentía verle abrir los ojos y llamarme “Mamá”. Era lo
único que me inyectaba energías, mi razón de respirar.
—Hola mamá, hoy es la competencia de deletreo a las 3.
–Lo había olvidado, lo confieso.
—Si cariño, estaré a esa hora en el cole.
— ¿Y papá? –Sus ojitos despertaban mucha curiosidad, él
sabía que algo no estaba bien entre su padre y yo pero trataba de disimular lo
más que podía. El nivel de inteligencia de mi hijo superaba el promedio, según
las pruebas psicológicas señalaban que él tenía la mentalidad de un
adolescente.
—Tendremos que preguntarle si puede salir temprano del
trabajo, ahora ve a ducharte mientras preparo el desayuno.
Se sacó el pijama
de soldaditos de un tirón y se dirigió al baño con una sonrisa radiante. Suspiré
aliviada dirigiéndome a preparar unos huevos con bacon y pan cakes; Larry ya
estaba sentado en la mesa leyendo el periódico.
— ¿Vas a ir al concurso de Ashton? –Dije en tono
cordial.
—Hoy tengo mucho trabajo, voy a la ciudad. –Escupió
seriamente pasando sus manos por la cabellera abundante y lisa. Ashton era una
fotocopia de su padre, Larry tenía los ojos negros azabache, la piel canela. El
rostro ovalado y una sonrisa hermosa, fue una de las cosas que me enamoraron de
él mucho antes que se volviera un ser frío.
No dije más, serví
el café apretando los labios para no explotar delante de Ashton que se asomaba
por la puerta. Los últimos días de nuestra relación eran comparables a un campo
de batalla o un ring de boxeo.
Ashton se sentó en la mesa
moviendo sus piecitos y tocando los cuchillos para llamar la atención de su
padre, pero él nada que ver. Me acerqué para ponerle un poco de jalea al pan cakes
mientras acariciaba su abundante cabellera. Larry dobló el periódico y se
dispuso a morder el sándwich de mala gana, le preguntó algo a Ashton y se puso
de pie para encaminarse al trabajo después llevaría su hijo al colegio. Yo
fungía como un fantasma, una estatua de yeso que adornaba un rincón del
departamento. Apreté los ojos para disimular un poco la tristeza que se me
agolpaba en el pecho. Ashton se despidió de mí con un beso y Larry con un Hasta
luego. Con un quedo total dejé caer mi cabeza sobre los brazos apoyados en la
mesa, me sumergí en esos recuerdos que trataba de evitar, pero mi cerebro se
había convertido en un órgano autómata que coordinaba sus propias órdenes. Una
lágrima recorrió mis pómulos, se sentía tan fría como esa mañana en el Bronx.
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