Continuó esparciendo el líquido
por las piernas a ambos lados, en la pantorrilla y los pies. ¡Hmm! ese sí era
el paraíso terrenal, estar abandonada en una sala de masajes sintiéndose plena.
Sonrió y respiró a la vez.
Por el toque de las manos se dio cuenta que tenía que cambiar de posición y se
rodó. No sin antes casi caer de la camilla, lo que vio le gustó y a la vez le
asustó. Nunca pensó que quien le estaba dando el masaje era un hombre, pero no
cualquiera. Sino un elegante y delgado hombre de contextura fuerte. No tenía un
gramo de grasa en ese cuerpo, el torso lo llevaba aceitado y desnudo, tenía
unos pantalones holgados color blanco y su piel era bien tostada; más bien, bronceada
artificialmente.
—Disculpe ¿le ocurre algo? —preguntó extrañado por la cara de susto de
Sarah. Todos los clientes sabían que podían hacer sus citas tanto con hombres
como con mujeres. Pero claro, la cita la hizo Martha, su mejor amiga.Link de compra