No podía conciliar
el sueño, pese a que era el mejor día de su vida. El anillo de compromiso que
adornaba su dedo anular, iluminaba la habitación con los rayos de una luz que
provenían de algún lugar. Su mano derecha hacía girar el aro con diamantes
mientras recordaba la locura de estos últimos meses de preparación; tuvo que
reconocer que su amigo se ganó a pulso el título de mejor coordinador de bodas
en tiempo record: tres meses.
Se había probado el
vestido de novia por quinta vez, danzaba
con la melodía proveniente de su imaginación como si estuviese en el salón de
baile del hotel con el clásico vals que eligió su prometido. Echó un vistazo al
reloj en la mesita de noche: 4:30 am.
El día sería eterno
a juzgar por la hora que no avanzaba.
Con el vestido
colgado frente a la cama de nuevo, hizo el intento de tomar un sorbo de agua
antes de ser interrumpida por el celular que sonaba sin parar. Los segundos que
pasaron para encontrarlo entre las sábanas, fueron los más extensos de toda su
vida. ¿Quién y para qué la llamarían a esa hora? Pensó rápidamente.
-Víctor, tú
llamando a esta hora?
Sus piernas se
debilitaron lentamente, escuchó un sonido chirriante de un vaso caerse.
Intentaba moverse pero sus latidos aminoraban la velocidad del corazón. La
vista desde el piso hacía que el techo se viera más alto que de costumbre, unas
voces se aproximaron llamándola por su
nombre mientras sus párpados pesaban más que la oscuridad en la que quedaron
sus ojos paralizados por la débil fluidez de sangre en las venas.
Cada vez escuchaba menos
hasta perderse entre el sonido de las cuatro personas que rodeaban su anatomía.
Tal vez estaba muriendo, tal vez le quedaba un último soplo de vida después de
esa llamadaAdriana W. Hernández- todos losderechos reservados
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